La historia de J. P. Morgan, el millonario que controlaba el mundo – Jarastyle

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De niño, tuvo la cantidad de $1 millón de dólares en efectivo en sus manos y esto despertó en él una ambición desmedida que lo acompañaría durante toda su vida. A los 20 años, dominaba 4 idiomas, habilidad que usaba para cerrar negocios alrededor del mundo. A los 24, fundó su propio banco. A los 53 años, ya era multimillonario. A los 64 años, era el dueño de la primera compañía en la historia en valer más de $1.000 millones de dólares. Fue acusado de utilizar su poder e influencia para manipular el gobierno estadounidense, además de ser el creador de uno de los mayores monopolios de ese país. Gracias a su poder y ambición, llegó a ser conocido como “el hombre que controlaba el mundo”. Fue el mayor impulsador de la creación de la Reserva Federal de los Estados Unidos y se cree que llegó a orquestar un malévolo plan para hundir el Titanic y a gran parte de sus detractores con él. Hoy en día, su descendencia es una de las familias más ricas y poderosas del mundo, junto con los Rockefeller y los Rothschild, con inversiones en industrias cómo la farmacéutica, alimentaria, energética, del petróleo, del acero y de la banca… ¿Cómo lo logro?

¿Cómo se convirtió J. P. Morgan en una de las personas más ricas y poderosas del mundo?
El protagonista de esta historia es el empresario estadounidense y banquero John Pierpont Morgan, más conocido como “J. P. Morgan”, quien nació el 17 de abril de 1837 en Hartford, Connecticut.
J. P. Morgan provino de una familia adinerada. Su padre, Junius Spencer Morgan, era socio de Howe Mather And Co., el mayorista de productos secos más grande de Hartford. Además, él había heredado una gran fortuna que lo convirtió en uno de los banqueros más ricos y reconocidos de Estados Unidos.
J. P. Morgan era un niño sobresaliente. Destacaba en todas las asignaturas, demostraba ser un líder innato y tenía un carisma impresionante, siempre que sus profesores lo reprendían encontraba una forma de salirse de la situación con su gran oratoria. En la escuela prefería ser llamado por su nombre Pierpont en lugar de John.
Su padre notó un gran potencial en él, así que lo inscribió en las mejores escuelas del país para asegurarse de que tuviera la mejor educación posible y que en el futuro la fortuna de la familia siguiera en crecimiento. No obstante, pese a su gran potencial, John sufría de fuertes afecciones en su salud desde temprana edad, como: convulsiones, migrañas y acné rosácea. Esta última lo afectó durante toda su vida, ya que los vasos sanguíneos de su nariz se dilataron y se rompieron. Con el paso de los años, la afección se volvió cada vez más y más grave, lo que terminó por deformarle la nariz haciéndola crecer e inflamarse. John nunca estuvo contento con su aspecto, por eso cada vez que era retratado pedía que le retocaran su nariz. Sin embargo, la figura de un hombre alto de nariz abultada quedó para siempre en la imagen que la cultura popular tiene de él.
Un día, cuando John era apenas un niño, su padre le pasó una bolsa con $1 millón de dólares de la época y le dijo: “Así es como se siente tener $1 millón de dólares. Ahora, aprende a ganártelo tú mismo”. Este impactante momento despertó en el pequeño una gran pasión por el dinero y los negocios.
A sus 14 años de edad, en 1851, pasó el examen para ingresar a The English High School de Boston, la cual estaba especializada en matemáticas para carreras de comercio exterior. En abril del siguiente año, la fiebre reumática afectó su salud. Conforme el tiempo pasaba, los síntomas se hicieron más comunes y le producían un dolor tan fuerte que le impedían caminar, entonces su padre decidió enviarlo a las Islas Azores, ubicadas en Portugal, para que recibiera un tratamiento especializado y se mejorara. Durante un largo año, John estuvo convaleciente y aislado, pero al final pudo contrarrestar la enfermedad y, con mejor salud, regresó a Boston para continuar con sus estudios.
Tras graduarse de la secundaria, su padre lo inscribió en una escuela en Suiza, donde aprendió francés con total fluidez. Luego, su padre lo inscribió en la Universidad de Göttingen en Alemania, donde aprendió a manejar el idioma alemán.
Incursionando en el mundo de los negocios y las inversiones
Una vez finalizó sus estudios en 1857, viajó a Inglaterra para trabajar con su padre, quien ahora era socio del banco George Peabody And Co. En los siguientes 14 años, el joven trabajó como representante de su padre en América en una serie de bancos afiliados por todo el continente; allí aprendió el negocio bancario, además de ver cómo los préstamos y la inversión eran la base para capitalizarse.
En 1858, se mudó a Nueva York para trabajar como asistente Junior en el banco Duncan Sherman and Co. Gracias a la reputación de su padre y a su fuerte trabajo, en poco tiempo se convirtió en uno de los hombres más solicitados de Wall Street y llegó a codearse con las personas más adineradas e importantes de la bolsa de valores, con lo que su poder e influencia aumentaba.
John Morgan, a pesar de que manejaba principalmente capital de su padre, gozaba de una gran independencia tanto en sus decisiones de inversión como en su estilo de vida, pues su padre tenía plena fe de la educación que le había brindado. El joven tenía un enfoque serio y energético, y rápidamente se ganó el elogio de los amigos de su padre por su capacidad para los negocios.
Mientras estuvo en Duncan Sherman, aprendió sobre el financiamiento y la organización de los ferrocarriles, gestionando personalmente importantes préstamos para las líneas de Ohio, Mississippi e Illinois. También aprendió sobre el comercio de algodón en Georgia, Alabama y Lousiana.  Tras visitar la isla de Cuba en un viaje de negocios, desarrolló un gusto de por vida por los puros cubanos.
Un día en 1859, luego de un viaje a Nueva Orleans, decidió utilizar capital de la empresa sin permiso para comprar un cargamento de café que había llegado por altamar y procedió a venderlo a los comerciantes locales a un muy buen precio, obteniendo ganancias interesantes en el proceso. Esta fue considerada como su primera gran transacción independiente. Los resultados obtenidos lo llenaron de motivación y despertaron su pasión por el comercio, aunque también ocasionaron que sus superiores le llamaran la atención. Disgustado por ello, se reunió con su padre en Londres para comunicarle que estaba determinado a iniciar su propio negocio.
Con los ahorros que había acumulado todos esos años y el apoyo de su padre desde Londres, en una época cuando el país aún tenía mucha influencia en Estados Unidos, John funda J. Pierpont Morgan and Co en 1861. Este gran paso le permitió ingresar a la elite de Nueva York, que solía organizar reuniones a menudo. En una de dichas reuniones, conocería a Amelia Sturges, quien también provenía de una familia banquera. Fue amor a primera vista y, tras 3 años de relación, se casaron. Lamentablemente, tan solo 4 meses después del matrimonio Amelia falleció a causa de una terrible tuberculosis. Devastado, pero ahora con una fortuna mayor producto del dinero de su exesposa, John se sumergió en el trabajo, ganándose en pocos años el reconocimiento como uno de los banqueros privados más importantes de Nueva York.
En 1861, una fuerte guerra civil estalló en Estados Unidos. Dos años después, en marzo de 1863, el congreso firma un acta que obliga a todos los hombres saludables entre 20 y 45 años a alistarse en las filas del “Ejército de la Unión”. Morgan estaba muy ocupado con sus negocios, así que evitó servir pagando $300 dólares de la época para que alguien ocupara su lugar, pero igualmente participó en la guerra de tres formas: primero, comerciando bonos de la Unión para obtener grandes ganancias si dicho ejercito ganaba la guerra; segundo, haciendo prestamos por un alto interés a importantes empresarios que comerciaban con las armas del ejército; y, tercero, comprando armas, mejorándolas y revendiéndolas de nuevo a la unión a precios exorbitantes, hecho por el que fue fuertemente criticado y señalado de traidor, aunque jamás se pudo demostrar que Morgan tuviera conocimiento de los detalles del plan de la compra y reventa de armas de ejército. Además, hizo una importante fortuna especulando con la volatilidad del precio del oro, que, debido a la guerra, comenzó a hacerse muy preciado en el país. Estas hazañas demostraron la ambición e insensibilidad de Morgan por el bienestar de la nación, y su fuerte habilidad para sacar provecho de las situaciones adversas.
En 1865, tras finalizada la guerra y con 28 años de edad, Morgan conoce a Frances Louisa Tracy, una millonaria como él que se convertiría en su segunda esposa y con quien tendría 4 hijos.
Sin guerra y con total libertad, inició una época dorada en el progreso estadounidense. Miles de personas migraban a estas tierras y comenzaron a nacer nuevas empresas, lo que impulsó considerablemente el crecimiento de la nación. Fue por esta época que grandes empresarios como John D. Rockefeller, Andrew Carnegie y Cornelius Vanderbilt forjaron sus descomunales imperios.
Morgan, por su parte, con 33 años de edad, vivía en un constante estrés y cansancio debido a su ajetreada vida de negocios. Estaba pensando en retirarse en 1871, pero su padre no se lo permitió. Fue entonces que le presentó a Anthony Drexel, un conocido banquero de Filadelfia 11 años mayor que él, quien se convertiría en su socio y mentor. Juntos fundaron Drexel, Morgan and Company con un capital de $5 millones de dólares de la época.
Esta nueva empresa sería el puente para recibir una cuantiosa inversión europea. Además de ser la encargada de estabilizar y revitalizar la bolsa de valores, también fue principal financiadora de la expansión de las ferroviarias. Sin embargo, Morgan se encontró con un problema, pues, a diferencia del fuerte monopolio del petróleo controlado por Rockefeller y la industria del acero bajo el poder de Carnegie, la industria ferroviaria tenía una agresiva competencia, por lo que no había coherencia en las rutas; pequeñas, medianas y grandes empresas luchaban por tener la mayor cantidad de estas y, en ocasiones, hasta se construían dos líneas ferroviarias muy cercanas de distintas compañías. Fue allí donde Morgan vio una oportunidad y no se dedicó simplemente a comprar acciones de estas empresas, sino que decidió dirigirlas, unificarlas y reorganizarlas para eliminar la competencia ineficiente y hacerlas más rentables. A este proceso se le conoció cómo “Morganización”. Hoy en día, dicho modelo es conocido como “Inversión activista”.
Durante varios años, Morgan trabajó activamente redactando leyes y acuerdos para el mantenimiento de tarifas públicas justas, uniformes y estables. Estas las comunicaba y construía en conjunto con los dueños de otras compañías ferroviarias en diversas conferencias alrededor del país.  No obstante, los dueños de las dos compañías más grandes de Estados Unidos, Pennsylvania Railroad y New york Central System, amenazaron con incumplir los acuerdos y pusieron en peligro el plan de Morgan, pues los inversores ingleses comenzaron a retirar sus capitales debido a que no se llegaba a un acuerdo. Morgan, en un acto que demuestra su rudeza a la hora de negociar, invitó a los dos dueños de ambas compañías a un velero de 56 metros llamado “Corsair”, del cual era propietario, y los llevó a navegar por el rio Hudson mientras discutían sus propuestas. Pese a los esfuerzos, las partes seguían si ponerse de acuerdo, por lo que Morgan se negó a atracar el velero hasta que resolvieran sus diferencias, tomándolos prácticamente como rehenes. Al final del día, ambas partes decidieron no intervenir en los territorios del otro y acoger todas las medidas propuestas por Morgan. A esta histórica victoria se le conoce como “The corsair Pact”. Gracias a esto, Morgan recibió una comisión de $100 mil dólares de la época y, más tarde, su inversión en bonos de ambas compañías le representó una ganancia de $1 millón de dólares.
J. P. Morgan y sus inversiones en energía eléctrica
Pero Morgan no solo estaba interesado en la industria ferroviaria, él quería pasar a la historia por invertir en algo innovador. En su búsqueda, descubrió una nueva tecnología que se estaba desarrollando en el país e inmediatamente se interesó por invertir en ella; se trataba de la energía eléctrica. El ambicioso empresario realizó una importante inversión en el trabajo de Thomas Alba Edison, un reconocido inventor que, en aquel entonces, se encontraba desarrollando la bombilla impulsada por corriente directa.
Morgan le pidió a Edison que utilizara su casa para probar una instalación de iluminación completa. Luego de varios meses de prueba y error, con un generador, cientos de metros de cable y más de 400 bombillas, el inventor convirtió la casa de J.P Morgan en la primera residencia privada del mundo en ser iluminada con electricidad. El evento se hizo muy popular y atrajo la atención del público y la prensa. Los más adinerados de la ciudad querían también tener sus casas iluminadas con electricidad y bombillas, así que Morgan no dudó en financiar la Edison Electric Illuminating Company en 1880, empresa creada por Thomas Edison. En solo unos meses, el valor de la naciente compañía se incrementó considerablemente.
La noticia llegó pronto a los oídos de Rockefeller, quien no tardó en darse cuenta de que un nuevo rival para su producto estrella había nacido. John D. Rockefeller había amasado una inmensa fortuna refinando aceite para lámparas de queroseno, las cuales iluminaban las casas y calles de las ciudades. Aunque dicha sustancia era muy inflamable y bastante peligrosa, Rockefeller se las ingenió para posicionarse como el productor más grande del mercado, por esto, la creación de una nueva tecnología de iluminación representaba una amenaza para su negocio y fortuna, por lo que de inmediato tomó represalias.
En 1882, Morgan financió la Pearl Street Station, la primera estación eléctrica comercial del mundo, ubicada en el centro de Manhattan. Meses después, la mitad de la isla estaba iluminada con electricidad. A pesar de que invertir en una tecnología emergente representaba un gran riesgo, y a que su padre siempre le había enseñado a no invertir en empresas que nunca habían sido probadas, Morgan confió en su instinto y decidió apostarle todo a esta revolucionaria tecnología.
Mientras tanto, Rockefeller invirtió una gran cantidad de dinero para que los medios de comunicación pusieran en marcha una campaña de desprestigio contra la electricidad, haciéndola ver como algo peligroso y aterrador al mostrar noticias de electrocuciones e incendios fuera de control. El magnate petrolero sabía que, si el público se asustaba, el queroseno podría seguir siendo la fuente de iluminación preferida por las personas. Sin embargo, el avance acelerado de la tecnología eléctrica y la gran acogida que tuvo entre el público debido a que era muy asequible, terminó por hundir las ventas del queroseno, por lo que Rockefeller no tuvo otra opción que aceptar su derrota y cambiar de estrategia, enfocándose en producir gasolina para motores de combustión interna con los residuos de la refinación del queroseno.
En 1890, a orillas de las Cataratas del Niagara en Ontario, Canadá, se estaba desarrollando la construcción de una planta de energía con la potencia para brindar electricidad al noreste de Estados Unidos. Los encargados de construirla estaban buscando a una empresa que suministrara los generadores y aún no se decidían si usar corriente directa, como la impulsada por Edison, o corriente alterna, como la impulsada por Nikola Tesla. Ambos inventores comenzaron a competir por dicho contrato, Edison financiado por J. P. Morgan y Tesla por George Westinghouse. Ese mismo año, Morgan recibe la terrible noticia de que su padre, Junius, había fallecido en un accidente de carruaje. Tras el desafortunado suceso, Morgan heredó automáticamente gran parte de la fortuna de su padre, un total de $15 millones de dólares de la época. Además, pasó a ser dueño de importantes inversiones de la familia en ferrocarriles, bienes raíces, transporte marítimo, manufactura y banca. De la noche a la mañana, su fortuna personal se cuadruplicó.
Ahora, con la libertad de invertir y gastar el dinero como quisiera, se lanzó a competir ferozmente para ganar el contrato de las Cataratas del Niágara. Como parte de su estrategia, manipuló el mercado de acciones para que su competidor directo, Westinghouse, entrara en bancarrota; sin embargo, Westinghouse logró recuperarse luego de que Nikola Tesla renunciara a todas sus patentes y juntos realizaran una exitosa presentación iluminando la Feria Mundial de Chicago en 1893 con más de 200 mil bombillas, demostrando así la potencia y eficiencia de sus generadores de corriente alterna. Éste asombroso hito hizo que Westinghouse y Tesla ganaran el contrato de las Cataratas del Niágara y la corriente alterna se consolidó como el estándar mundial.
Lleno de frustración, Morgan pensó que quizás su padre tenía razón, pero, como no quería admitir su derrota, decidió continuar con la lucha sin importar lo que tuviera que hacer. Primero, amenazó a Westinghouse con llevarlo a la corte por infringir una patente de aire acondicionado para sus generadores de energía si él no le cedía las patentes creadas por Nikola Tesla; luego, compró una participación mayoritaria en la empresa de Edison, para posteriormente renombrarla como General Electric, logrando que la compañía obtuviera un valor estimado de $50 millones de dólares de la época o aproximadamente $1.000 millones de dólares de la actualidad. Con el control de la empresa en sus manos, despidió a Thomas Edison y cambió el enfoque de la corriente directa a la corriente alterna. Estas decisiones estratégicas permitieron que General Electric comenzara a expandirse globalmente y se convirtiera en una de las empresas de energía más grandes y poderosas del mundo hasta nuestros días.
J. P. Morgan y su influencia en la política
En febrero de 1893, una fuerte crisis de oro empezó a azotar al país norteamericano. En aquel entonces, el dólar estaba atado al patrón oro, por lo que los billetes podían cambiarse por su equivalente en oro en cualquier momento. Montones de inversionistas europeos entraron en pánico debido a varias malas noticias y a una inminente crisis financiera, así que procedieron a cambiar sus dólares por oro, reduciendo significativamente las reservas de este metal precioso en la nación y ocasionando que el país entrara en recesión. Esto fue un fuerte golpe para la economía, pero Morgan salió airoso gracias a sus múltiples inversiones y a que, durante este tiempo, enfocó grandes esfuerzos en mantener a flote sus empresas ferroviarias.
Después de dos años de depresión, el tesoro de Estados Unidos estaba a punto de caer en bancarrota en 1895. Ese mismo año, el socio de Morgan, Anthony Drexel, falleció y su compañía paso a llamarse J.P Morgan and Company. En medio de la crisis, el gobierno del presidente Grover Cleveland acudió a J. P. Morgan para que realizara un préstamo a la nación. Él aceptó, reunió distintos banqueros europeos y estadounidenses para que recompraran el oro y desembolsó $100 millones de dólares de la época en el metal precioso al tesoro de la nación, lo que hoy equivaldría a casi $3 mil millones de dólares, de esta forma logró rescatar al gobierno federal y consiguió una posición privilegiada en el país norteamericano.
En 1896, un agresivo movimiento político contra los monopolios estaba siendo liderado por el candidato presidencial William Jennings Bryan. Para derrotarlo, Morgan, en alianza con Rockefeller y Carnegie, se encargó de financiar la campaña presidencial de William McKinley con $200 mil dólares, equivalentes a $20 millones de dólares actuales. Además, usaron su poder e influencia para comprar a los medios de comunicación para que hicieran publicidad a su candidato con noticias favorables. Al final, William McKinley ganó las elecciones y así los magnates pudieron seguir tranquilos haciendo crecer sus imperios.
J. P. Morgan y sus inversiones en la industria del acero
Hasta ese entonces, todas las inversiones de J. P. Morgan le habían permitido construir un grupo empresarial diversificado con compañías dedicadas a sectores que iban desde la fabricación, hasta la minería y los ferrocarriles, pero había una industria que reunía a todas las anteriores en la que no había incursionado; se trataba de la industria del acero. Previamente, Rockefeller y Carnegie enfrentaron una disputa por una mina de hierro en el norte de Minnesota, la cual Carnegie terminó comprando por una exorbitante suma a Rockefeller, fue entonces que Morgan se dio cuenta de que, para incursionar en dicha industria, debía unificar todas las empresas competidoras en el sector y apoderarse de ellas, por ello ideo un plan para hacerse con el control del imperio que pertenecía a Carnegie.
Morgan tenía conocimiento de que Andrew Carnegie estaba comenzando a cansarse de la competencia agresiva de su propia industria y estaba pensando en retirarse; pero, sabía que ofrecerle una compra directa podría salirle muy costoso, así que se puso en contacto con la mano derecha del gigante del acero, Charles Schwab, y le ofreció convertirlo en presidente de la nueva compañía si este convencía a su jefe de vender y retirarse del negocio con los frutos del trabajo de su vida.
Finalmente, Carnegie accedió a hacerlo, pero no quería regatear, por lo que pidió la exorbitante suma de $480 millones de dólares, que en la actualidad serian aproximadamente unos $400 mil millones de dólares, una cifra que superaba el presupuesto del gobierno federal de los Estados Unidos. Morgan aceptó realizar la compra convirtiendo automáticamente a Andrew Carnegie en el hombre más rico del mundo en el año 1901, superando a John D. Rockefeller por primera vez en 30 años.
J.P Morgan llama a su nueva empresa U.S. Steel Company, la cual se convierte instantáneamente en la empresa más grande del mundo, y la primera en la historia en valer $1.400 millones de dólares de la época, aproximadamente el 7% del PIB de Estados Unidos por aquel entonces.  Esta empresa dominó el negocio del acero por casi 100 años apenas sin competencia.
J. P. Morgan vs. las leyes antimonopolio
Construir una compañía de esta magnitud solo era posible con la gran influencia y poder que Morgan, Rockefeller y Carnegie habían demostrado al invertir millones de dólares en la campaña del presidente William McKinley; no obstante, un nuevo político llamado Theodore Roosevelt amenazaba con acabar con los grandes monopolios del país, y los poderosos capitalistas no iban a quedarse cruzados de brazos.
Rockefeller, a cabeza de la Standard Oil Company, y Morgan, con U.S. Steel Company, decidieron proponerle a este “enemigo” un cargo como vicepresidente, con el cual podrían opacar toda su influencia. La estrategia funcionó y William McKinley fue reelegido, quedando Roosevelt como su vicepresidente. Parecía que todo estaba bajo control para los gigantes industriales, pero un inesperado suceso cambiaria sus vidas para siempre…
El 14 de septiembre de 1901, el presidente William McKinley perdió su vida luego de ser atacado por un extrabajador de una empresa disuelta cuando Morgan creó la U.S. Steel Company. Este hecho estremeció al país y permitió que Roosevelt ascendiera al cargo de presidente de la nación.
Una vez en la presidencia, Roosevelt inició una campaña en contra de los monopolios más grande de la nación. Su primer objetivo fue el conglomerado ferroviario Northern Securities, propiedad de J. P. Morgan. Pese a los intentos del empresario de sobornar a Roosevelt, el presidente decidió llevar su empresa a un tribunal federal, convirtiendo este hecho en el primer caso antimonopolio del gobierno estadounidense.
Luego de años de incansables juicios, Roosevelt sale victorioso y el monopolio ferroviario de Morgan tiene que disolverse en 1904. Fue un duro golpe para el empresario, pero, gracias a su portafolio diversificado y a su inmenso capital, pronto olvidó su derrota fijando su mirada en otra nueva industria.
J. P. Morgan invierte en los proyectos de Nikola Tesla
En 1901, Nikola Tesla se puso en contacto con Morgan para solicitarle financiación en un novedoso proyecto que prometía crear un sistema de comunicación inalámbrico transatlántico basado en sus teorías de la Tierra y la conducción eléctrica atmosférica. Para ello, Tesla pensaba construir una serie de torres alrededor del planeta que le permitirían amplificar y recibir la energía enviada a través del suelo. El científico aseguraba que, cuando estuviera terminado, su sistema reemplazaría tanto al telégrafo como al teléfono. Entusiasmado con la idea, Morgan le dio a Tesla la suma de $150 mil dólares de la época, aproximadamente unos $5 millones de dólares actuales. A cambio, pidió el control del 51% de las patentes. Tesla aceptó e inmediatamente inició la construcción de unas instalaciones con una imponente estructura, conocida como “La Torre Wardenclyffe”. Aunque el ambicioso proyecto de Tesla sonaba muy prometedor, los avances en telegrafía inalámbrica de su competidor Guillermo Marconi comenzaron a llamar más la atención de los inversionistas, quienes prefirieron apoyarlo a él. Además, la crisis financiera de la época hizo que muy pocos se arriesgaran a invertir en nuevas tecnologías para proteger su capital, por lo que conseguir financiación era demasiado difícil.  Como Tesla no lograba que su proyecto funcionara, propuso expandirlo creando una segunda Torre Wardenclyffe mucho más grande cerca de las Cataratas del Niágara, pero la idea no le gustó a Morgan, quien dejó de invertir en él en 1902, lo que terminó por sumir a Tesla en un montón de deudas y una profunda depresión, pues el que consideraba como “el proyecto de su vida” quedó inconcluso.
J. P. Morgan y la creación de la reserva federal
En 1907, la United Cooper Company, la mayor empresa de minería de Estados Unidos, se declara en bancarrota, generando un desplome en los mercados financieros, además de la quiebra de un banco y dos corredoras de bolsa en solo un fin de semana. Pronto, el pánico se apodero del país y se produjo una corrida bancaria.
Pese a las diferencias, el presidente Roosevelt pensó en el único hombre capaz de salvar el país de dicha situación, así que se puso en contacto con Morgan. Le brindó $25 millones de dólares de los fondos del gobierno para que el banquero dispusiera de ellos. En medio de la crisis, John D. Rockefeller ofreció la mitad de su fortuna personal a Morgan para que ayudara a salvar al país de una inminente depresión.
Al igual que el negocio que realizó en su yate, Morgan hizo arreglos para que los directores de los bancos y empresas más grandes de Estados Unidos se reunieran en su biblioteca privada para que entre todos pensaran en cómo solucionar la crisis financiera. Morgan expuso la idea de que los grandes bancos y empresas invirtieran en sus pequeños competidores para rescatarlos. Luego, cerró la puerta con llave y se puso a jugar solitario mientras los poderosos hombres negociaban entre ellos. A la mañana siguiente, consiguieron llegar a un acuerdo. La noticia corrió rápidamente por los medios y, al final de la semana, Morgan había evitado otra gran crisis.
Estos hechos llevaron a Morgan a cuestionar al gobierno de Estados Unidos y sus malas decisiones administrativas, por esto emprendió una lucha contra el estado para que fueran los banqueros los que se encargaran de las decisiones en las finanzas del pueblo y no el gobierno, entonces propuso que la banca se estableciera como un organismo centralizado que controlara las finanzas de todo el país. Este modelo es el que hoy en día conocemos como la Banca central y cientos de países en el mundo lo adoptaron. Su hipótesis fue muy cuestionada, pero dio paso a lo que luego se convertiría en la Reserva Federal de los Estados Unidos.
Pese a sus grandes hazañas como hombre de negocios, la opinión pública y el pueblo criticaban y hostigaban constantemente a J. P. Morgan, señalándolo como un ser codicioso y sin escrúpulos. Cientos de caricaturas, fotografías y relatos que lo retrataban como un monstruo terminaron por llevarlo a una depresión. A sus más de 70 años, sufría recurrentes ataques de nervios y ansiedad que lo obligaban a postrarse en la cama semanas enteras.
J. P. Morgan y el Titanic
En 1902, J.P Morgan and Company financió la creación de la International Mercantile Marine Co., una compañía naviera del atlántico que absorbió a todos sus competidores. Morgan intentó aplicar la misma estrategia que usaba para los ferrocarriles, pero este sector era algo totalmente distinto y tuvo que implementar otra estrategia para crecer. Uno de los hitos más importantes de esta compañía fue la construcción de tres navíos transatlánticos: el “R.M.S Olympic” en 1911; el “R.M.S Titanic” en 1912; y el “H.M.H.S Britannic” en 1915; un proyecto de flota que pertenecía a la clase Olympic de la naviera Star Line, fiduciaria de la International Mercantile Marine Company. La idea era crear los barcos de pasajeros más grandes y lujosos de la historia. Aunque sus diseños eran muy similares, fueron mejorando ciertos aspectos según las fallas de sus predecesores.
Morgan recibiría una mala noticia el 15 de abril de 1912, una de sus inversiones más recientes, el R.M.S Titanic, había naufragado en su viaje inaugural la noche anterior tras colisionar con un iceberg. A pesar de que en el navío había una suite privada exclusiva para el magnate, curiosamente, por casualidades del destino, él y su millonaria colección de arte cancelaron su participación en el viaje a último minuto. Luego del catastrófico naufragio, la International Mercantile Marine Co. tuvo que declararse en bancarrota. Como dato curioso, existe una teoría en Internet que vincula los sucesos del Titanic con un maquiavélico plan ideado por J. P. Morgan para poder crear la Reserva Federal de Estados Unidos, pues en el lamentable hecho fallecieron miembros de algunas de las familias de negocios más poderosas del país, las cuales estaban en contra de la creación de la Reserva Federal. Sin embargo, hasta el día de hoy, la teoría tiene muchas inconsistencias y no hay pruebas reales que vinculen al millonario con los sucesos más allá de ser un inversionista en la compañía creadora del navío.

Muerte y legado de J. P. Morgan
Tras toda una vida dedicada al mundo financiero y los negocios, John Pierpont Morgan fallece el 31 de marzo de 1913 a la edad de 75 años durante un viaje a Roma. En su honor, Wall Street no solo ondeo las banderas a media asta, sino que cerró la bolsa de valores de Nueva York hasta medio día; un honor reservado solo para los presidentes del país.
Al momento de su muerte, su fortuna personal se calculó en alrededor de los $80 millones de dólares de la época, aproximadamente unos $2.500 millones de dólares de la actualidad. En vida, Morgan controlaba por sí solo más de $22 mil millones de dólares de capital de la época a través de sus 112 corporaciones y 341 inversiones, lo cual es equivalente a más de dos tercios del PIB de la nación. Poseía también una millonaria colección de arte y artículos invaluables, como: el reloj de Napoleón, los cuadernos de Leonardo Da Vinci y una carta de 5 páginas de George Washington, entre muchos otros.
Actualmente, JP Morgan and Chase Co. es el banco más grande de Estados Unidos y una de las mayores empresas financieras del planeta, con un valor en el mercado de más de $400 mil millones de dólares, y cuenta con 270 mil empleados alrededor del mundo. El poder e influencia de la familia Morgan apenas si se ha diluido con los años, aunque sus integrantes han permanecido fuera de los medios en mayor medida. A día de hoy, las grandes empresas financiadas y creadas por Pierpont aún siguen en pie; tal es el caso de la General Electric y la U.S Steel Company, por lo que se estima que sus herederos aún mantienen poder e influencia en industrias como la farmacéutica, alimentaria, energética, la del petróleo y del acero, además de la banca.
Así concluimos la fascinante historia de John Pierpont Morgan, más conocido como J. P. Morgan, uno de los hombres de negocios más ambiciosos, adinerados, exitosos, poderosos y polémicos que la humanidad ha conocido. Un hombre que logró destacar más allá de la sombra de su padre, construyendo en el camino el más grande imperio bancario y empresarial de la historia moderna. En sus propias palabras:
“A mi juicio, no existe ninguna fórmula general para lograr el éxito en todas las cosas. Los hombres difieren; también lo hacen las condiciones. En todos los grandes éxitos, sin embargo, hay ciertos elementos que son claramente discernibles, como: la honestidad de propósito, la energía, el juicio seguro, el conocimiento, los valores, y la capacidad de construir. Pero, por encima y más allá de esto, está el hombre mismo, una fuerza que muchas veces supera cualquier mero catálogo de calificaciones. La energía puede fallar, el juicio puede fallar, o cualquier otra de las cualidades, pero el hombre mismo siempre prevalece.”
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